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Foto: Jhon Barros - Instituto Humboldt

Esta boyacense encontró en el Instituto Humboldt, hace 23 años, sin aún haberse graduado de bachiller, la puerta de entrada para convertirse en una de las auxiliares de investigación más conocedora de plantas.

 

La vida de Sandra ha dado tantas vueltas y giros inesperados que no sabe a cuál de todos los recuerdos transportarse, para empezar a contar  su historia. Después de una pausa alargada, respira profundo e inicia su recorrido justo en la vereda Sabana de Villa de Leyva, donde sus padres Ignacio y Cecilia, criaron cinco hijos.

"Soy la menor de mis hermanos, todos criados en el campo con mucho esfuerzo, disciplina y temple. Entre los recuerdos más bonitos que conservo están esos recorridos para llegar a la escuela de El Roble, muchas horas de caminata por las trochas de herradura y árboles caídos puestos para atravesar las quebradas".

A los 11 años, Sandra culminó su primaria como una de las mejores estudiantes de la escuela, aprendizaje que quería continuar para enriquecer su mente curiosa y despierta. Pero  la familia no  tenía recursos suficientes  para que hiciera su bachillerato, además, su papá,  experto en hacer chimeneas, no creía en el estudio.

"Las profesoras trataron de convencerlo para que me metiera a estudiar el bachillerato en la Normal Antonio Nariño, pero no lo lograron. Pude hacer la primaria gracias a mi mamá, quien a pesar de no trabajar y ser ama de casa, se las rebuscaba a escondidas de mi padre para conseguir dinero y pagarnos los estudios. Con la venta de duraznos y los huevos de las gallinas nos compraba lápices y cuadernos".

Decepcionada de la vida por no poder estudiar destinó un año de su vida a ayudar a su mamá en las labores de la finca. "Lo típico en el campo para las niñas era convertirse en empleadas del servicio en las casas de las familias adineradas luego de terminar la primaria, como le pasó a mi hermana. Todo indicaba que yo también estaba destinada a eso".

Rebelde con causa

El destino de Sandra parecía empecinado en que repitiera la historia de su hermana y de las demás niñas de las zonas rurales de Villa de Leyva. A los 12 años sus papás la enviaron a Tunja para que trabajara como empleada doméstica.

"Fue muy duro para mí. La señora me explotaba y me ponía a lavar muchas cobijas, algo que me hacía doler las manos. Sentí que uno de sus hijos quería aprovecharse de mí, por lo cual quería salir corriendo, pero no tenía ni un peso".

Sandra se armó de valor e ingenio para escapar de esa casa, donde solo duró ocho días. Regresó a su pueblo natal con la esperanza de seguir estudiando, pero se vio obligada a seguir trabajando como empleada en casas de su vereda.

Su mamá le aconsejó que se fuera al casco urbano de Villa de Leyva a buscar una mejor suerte. Una conocida de su papá le dio trabajo en una heladería y hospedaje en una casa grande cerca del parque central del pueblo, lo que le permitió empezar a estudiar su bachillerato en horas de la noche.

"Aunque era una niña de apenas 13 años, empecé a pagar mis estudios en un colegio nocturno".

En esa época Sandra conoció las fiestas, pero como la dueña de la casa no le daba permiso para salir, decidió renunciar. "Trabajé como niñera de los dos hijos de unos médicos, quienes le pusieron algo de control a mi vida. Allí estuve más de un año, hasta que la doctora quedó embarazada. No quería cuidar tres niños".

A los 15 años ingresó al mejor hotel de Villa de Leyva para trabajar como auxiliar de las meseras y lavando los platos, donde se hizo muy amiga de las cocineras. "

Cambio de vida

Sandra cuenta que cambiaba de trabajo constantemente, porque no le gustaba echar raíces y se aburría pronto. Una de sus mejores experiencias fue en una frutería bastante famosa a finales de los años 90, a donde llegaban artistas, actores, cantantes y deportistas.

"Alla me enamoré de Juan Castellanos, el lechero del pueblo, un hombre que conocía desde pequeña". A los 16 años, como fruto de ese primer amor, quedó embarazada, pero su compañero la abandonó. "Seguí trabajando como si nada, esta vez en uno de los bares de la plaza central del pueblo".

En 1996 nació mi hija Camila Andrea, mi hermana mayor nos abrió la puerta de su casa y me ayudó con recursos económicos para la niña".

"Mi nuevo destino fue una panadería donde ganaba como $50.000, que solo me alcanzaba para los pañales y algunos gastos pequeños. La dueña del local me cuidaba la niña mientras yo vendía el pan en las calles o en otros pueblos".

En 1997, su amiga Elvia Lucía González, con quien trabajó en la frutería, le comentó que el Instituto Humboldt, donde trabajaba, estaba buscando gente del pueblo para vincularla contractualmente.

Lo único que había escuchado del Humboldt es que hacía poco había llegado a las instalaciones del claustro de San Agustín. "Fernando Fernández, un experto entomólogo, me mostró las colecciones biológicas, en especial la de insectos. Al ver la máquina de escribir y el computador entré en pánico, jamás había manejado esos aparatos".

"La prueba de fuego fue montar unas plantas sobre una cartulina, como aparecían en los herbarios. El mejor montaje botánico se ganaba el puesto de auxiliar de investigación y para sorpresa de todos, fue el mío".

Por primera vez en su vida, Sandra firmó un contrato formal a término fijo con el Instituto Humboldt para trabajar como auxiliar de investigación en la colección de plantas del claustro de Villa de Leyva.

El sueldo le hizo palpitar el corazón. De ganar  $50.000 en la panadería ahora recibiría  $250.000. "No podía creer que una persona sin graduarse como bachiller fuera a recibir un sueldo tan bueno, sentí mucho miedo de empezar un nuevo reto con gente tan preparada".

"Empecé a trabajar a los pocos meses de cumplir los 18 años. Cuando me llegó el primer sueldo salté de la dicha, por primera vez pude comprarle ropa nueva a mi hija…"

Coqueteos del estudio

Con su nuevo salario, Sandra empezó a revivir el sueño de seguir estudiando. En la penumbra de la noche caminaba más de una hora desde el colegio hasta la casa de su hermana, en la vereda, para quedarse con su hija.

"Por la mañana caminaba otra hora para llegar a trabajar al Humboldt. Así duré como dos años, pero el cansancio me ganó y dejé de estudiar. Me dediqué de lleno al instituto y a criar a mi hija, que ya tenía tres años.

Sus compañeros de oficina le insistieron en validar el título de bachiller en Tunja. "Me presenté, pero no pasé", recuerda

Aura, la otra auxiliar de la colección del herbario de Villa de Leyva, se convirtió en su ángel guardián cuando había que manejar el computador. "Como tengo mala memoria, yo anotaba todo lo que me decía y poco a poco le perdí el miedo a la tecnología".

Recorriendo Colombia

Las salidas de campo para colectar las muestras de la biodiversidad le dieron un respiro. Los auxiliares de investigación de las diferentes colecciones serían la mano derecha de los investigadores del Instituto para adentrarse en las entrañas de Colombia.

"Ya perdí la cuenta de todas las salidas de campo en las que he participado, esos viajes me fortalecieron el alma porque me desempeñé muy bien".

Para llegar a las agrestes selvas desconocidas de la Amazonia, Sandra montó por primera vez en avión, una experiencia bastante sufrida. "Una avioneta de Satena nos llevaría hasta Araracuara, pero ese pajarraco tan chiquito se movía mucho y sentía que me moría. Con esos vacíos pensé que no resistía".

Todas las expediciones me transportan a esa infancia en Villa de Leyva. Lo que sí me dio duro fue dormir en hamaca y la comida -solo lentejas, arroz, fríjoles, pasta y fariña".

Experta empírica

Sandra lleva más de 23 años en el Instituto Humboldt como auxiliar de investigación, en los que su principal campo de acción ha sido el mundo de las plantas, aunque también ha participado en muestreos de insectos como hormigas.

"Puedo identificar muchas plantas que hacen presencia en el territorio nacional solo con verlas, después de muchos recorridos por los diferentes ecosistemas y con la asesoría de un experto".

El ojímetro es la técnica que utiliza esta boyacense para identificar las familias de las plantas, algo en lo que casi nunca falla. "Pero para identificar el género y la especie sí le pido ayuda a los profesionales".

Camino a “la nevera”

Desde 2013, Sandra está radicada en Bogotá junto con su hija Camila Andrea, su segundo hijo Sebastián y su nuevo esposo, a quien conoció en Villa de Leyva. "Brigitte Baptiste, que en esa época era la directora del Humboldt, me autorizó el traslado a Bogotá”, recuerda.

Abandonar la tierra que la vio nacer fue una decisión difícil, pero lo hizo por seguir su fuerte instinto maternal. "Camila Andrea se acababa de graduar de bachiller y su sueño era entrar a la Universidad Nacional, donde este año se gradúa como ingeniera agrónoma. “Tomé la decisión de no dejarla sola en su viaje, como me pasó a mi".

Antes de abandonar su pueblo, Sandra, por fin, se graduó de bachiller al mismo tiempo con su hija. “Esa experiencia es algo que atesoraré toda mi vida".

La sede del Humboldt del Venado de Oro, un terruño repleto de bosque en los Cerros Orientales, fue el nuevo sitio de trabajo de Sandra, donde sus funciones cambiaron.

Uno de los primeros trabajos que apoyó esta boyacense dicharachera y de risa contagiosa en el Venado fue la restauración ecológica de la reserva, que por años estuvo llena de eucaliptos y pinos.

"En 2013 estaban haciendo el levantamiento de vegetación nativa para el proceso de restauración ecológica. Como tenía conocimiento sobre las plantas, apoyé al Jardín Botánico y a los expertos del Humboldt, hicimos compost en los suelos del bosque, socialicé el proceso con las familias de la zona y luego apoyé un proyecto de Ecopetrol en el componente de plantas".

Cuando Hernando García Martínez, hoy director del Instituto Humboldt, trabajaba como coordinador del programa de ciencias básicas de la biodiversidad, propuso construir un laboratorio en la sede del Venado, un espacio para analizar las plantas y animales y luego enviar las muestras a las colecciones biológicas de Villa de Leyva.

"Quería trabajar ahí, así que hablé con Nando, como le decimos de cariño, para que me dejara estar en el laboratorio y seguir participando en otros proyectos como el realizado con el PNUD. Seguí aprendiendo mucho con los investigadores, quienes depositan mucha confianza en mí".

Este año, Camila Andrea recibe su diploma como ingeniera agrónoma de la Universidad Nacional, mientras que Sebastián iniciará su carrera de ingeniería industrial en la Universidad Militar.

Con historias como la de Sandra y su empeño por salir adelante, hacemos  un homenaje a todas  las mujeres que nos inspiran.

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