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DURBAN, Sudáfrica, diciembre 20 (Tierramérica).- La sociedad civil tendrá en 2011 otro gran año, porque no escatimará esfuerzos para conseguir justicia climática presionando por un acuerdo justo en las negociaciones de la ONU en Sudáfrica y por acciones firmes de gobiernos y corporaciones, más allá del proceso diplomático.

En Greenpeace no nos sentaremos a esperar que los políticos actúen. Ya empezamos a seguir el rastro del dinero y en los próximos meses trabajaremos para exponer los miles de millones de dólares de los contribuyentes que se despilfarran para promover la explotación de petróleo, carbón y energía nuclear.

También trabajaremos para poner de relieve los beneficios de invertir en alternativas seguras a los combustibles fósiles, como las fuentes renovables de energía.

Se puede argumentar que el mercado se mueve más rápido que el proceso diplomático.

Y un avance en las negociaciones oficiales que asegure un verdadero combate al cambio climático también puede resultar del reconocimiento de que el mercado reaccionará positivamente a una conducción que reduzca riesgos e incertidumbres y que suministre un marco estable para las futuras inversiones.

En el carnaval del caos del carbono de Cancún, la ciudad mexicana donde se celebró hasta el sábado 11 la 16 Conferencia de las Partes de la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático, fui testigo de los aplausos y vítores cuando todos los países acordaron financiar la adaptación del mundo en desarrollo al calentamiento y admitieron que se necesitan cortes mucho mayores de la contaminación en línea con lo que indica la ciencia.

Por supuesto, todavía no han acordado un tratado obligatorio, justo y ambicioso que dé respuesta a la necesidad planetaria de salvar el clima, un tratado que rescate las vidas de cientos de millones de personas, que evite la extinción de incontables especies y que preserve los ecosistemas más valiosos del mundo.

Pero se trata de la entrega inicial de semejante pacto, y por eso despierta esperanza. Además, nos señala dónde la sociedad civil debe dirigir sus esfuerzos:

“ Los gobiernos no sólo establecieron que la reducción de emisiones de gases de efecto invernadero debe obedecer a la ciencia “recortes de entre 25 y 40% para 2020- y se debe evitar que la temperatura media mundial llegue a aumentar dos grados, sino que también reconocieron que los actuales compromisos no alcanzan para lograr esa meta. Debemos presionar por cortes mayores.

“ Se estableció un fondo climático que puede entregar miles de millones de dólares para que el mundo pobre haga frente al cambio climático y frene la deforestación. Pero de momento los gobiernos no adoptaron ningún camino para el suministro de ese dinero. Una fuente puede ser el impuesto internacional a la aviación y la navegación, dos sectores que deben aportar dinero sin más demora por la contaminación que causan.

“ También se reconoció que los pactos logrados cuenten con mecanismos para proteger las selvas tropicales que aseguren beneficios a los pueblos indígenas, las poblaciones locales y la diversidad biológica que se encuentran en esos bosques. El acuerdo de Cancún sobre bosques subraya además la necesidad de proteger las zonas boscosas a escala nacional y no a nivel de proyectos individuales.

Pero mucho quedó para ser decidido a fines del año próximo, cuando los gobiernos se reúnan en la ciudad sudafricana de Durban.

Tenemos que presionar mucho para que en Durban podamos ver exactamente de dónde vendrá ese dinero que financiará los bosques y la acción de los países en desarrollo contra el cambio climático y que los ayudará a soportar los impactos, como las inundaciones que hemos visto este año en Pakistán, México y Colombia.

En el mundo en desarrollo debemos movilizarnos para que nuestros gobiernos avancen con velocidad y claridad hacia el cumplimiento de sus propias obligaciones. Deben decirnos, y decirle a la comunidad internacional, cuáles son sus promesas y ponerlas de manera transparente sobre la mesa, para que podamos estimar cuán lejos estamos del umbral de aumento de temperatura que no podemos pasar.

Como siempre sucede, no todos llegaron a Cancún con buenas intenciones. De no ser por el papel destructivo de Estados Unidos, Rusia y Japón, se podría haber logrado más.

Estados Unidos en especial se acercó al precipicio presentando muy pobres compromisos de reducción de gases y, pese a ser el mayor contaminador climático en términos históricos, dedicó su poderío a aguar varias áreas importantes de acuerdo y llegó inclusive a poner en duda el resultado final de la cumbre.

Washington no puso nada en la mesa, salvo sus propios intereses, que obedecen en gran medida a la intensa presión de la industria de los combustibles fósiles, y al negacionismo de la ciencia climática, que predomina en el bloque legislativo del opositor Partido Republicano.

Habrá que hacer mucho para que Estados Unidos se convierta, por lo menos, en un socio constructivo en materia de cambio climático.

Las naciones en desarrollo buscan una acción más firme del mundo industrial, especialmente dentro del Protocolo de Kyoto. Pero Japón y Rusia, al negarse a aceptar un segundo período de compromisos de ese acuerdo, llevaron a que los países del Sur redujeran sus propias metas.

Nosotros en Greenpeace y toda la sociedad civil debemos continuar presionando a los gobiernos para que actúen de buena fe y armonicen sus finanzas y emisiones con las promesas que formulan.

Desde luego, ya hemos estado antes en encrucijadas como ésta y, pese a la abrumadora evidencia, los gobiernos tomaron el camino equivocado. El aislamiento, el separatismo y la cobardía política cortoplacista han cobrado sus víctimas y aún no tenemos un acuerdo mundial obligatorio indispensable para prevenir el caos climático y ayudar a tender un camino hacia una economía más verde y más justa.

Pero no podemos darnos el lujo de rendir nuestra esperanza. Para mí, en especial, el hecho de que un acuerdo vuelva a ser posible y pueda alcanzarse en Durban es de buen ag”ero.

Yo crecí en un distrito segregado de Durban durante la tiranía del apartheid, y fue allí donde me hice activista y trabajé para terminar de modo pacífico con ese régimen brutal. Y aunque muchas veces se tomaron decisiones equivocadas y la posibilidad de una resolución pacífica llegó casi a extinguirse, sostuvimos nuestra esperanza, perseveramos y ganamos.

Durban debe ser el destino final de un largo viaje iniciado en 1992, en la Cumbre de la Tierra de Río de Janeiro, cuando comenzaron las discusiones sobre cómo rescatar el clima terrestre. Ahora es el momento.

Esperemos que el año próximo podamos desempolvar las vuvuzelas y hacerlas sonar para celebrar a nuestro planeta, cuando los gobiernos forjen un acuerdo climático justo, ambicioso y obligatorio.

* Kumi Naidoo es presidente ejecutivo de Greenpeace International. Derechos exclusivos IPS.